martes, 3 de marzo de 2015

5 de agosto, no te voy a olvidar nunca.

   Eran las 15:05 y estaba parada frente al espejo del cuarto de baño de mi auto-caravana mirándome. Aún quedaban 2 horas para verla pero no podía creerme que iba a pasar. Después de un año la iba a ver. Había cruzado prácticamente medio país para verla y pasar una tarde con ella. Había sido un año lleno de risas, lágrimas, peleas y consejos que hicieron que me diese cuenta de que es de lo mejor que tengo y tendré nunca.
   Estaba tan absorta en mis pensamientos que no me di cuenta de que mi madre me llamaba para que saliese a vestirme. Me puse unos tejanos de tiro alto, una camiseta a rayas y mis Converse blancas.
   Volví a mirarme al espejo para comprobar que todo estuviera en orden pero por mala suerte no fue así. "Mierda, tengo el pelo hecho un asco" pensé. La verdad es que aunque me lo lavaba cada día, la poca agua que salía de las duchas no ayudaba demasiado.
   Aun así, me hice una trenza y mi pelo ya no parecía el de un vagabundo que no se había duchado en una semana.
   Después de estar listas salimos ya que teníamos un camino bien largo hasta el Corte Inglés. Decidimos ir andando porque era la primera vez que visitábamos Córdoba y queríamos ver el paisaje mientras llegábamos.
   Oh, y que mala idea fue.
   Mis pies ardían tanto que por un momento llegué a pensar que el asfalto había fundido mis zapatos. El calor era insoportable y me arrebató todas las energías que tenía.
   Cuando llegué allí me di cuenta de que la ducha que me había dado no había servido para nada y que ahora más que una chica de 14 años parecía la bruja de Blancanieves.
   Nos sentamos en una fuente delante del centro comercial a esperar a María y a su madre.
   Tocaron las 17:30 y aún no habían llegado. Empecé a pensar que se le había olvidado y que no nos veríamos aquel día.
   De repente, vi a una chica bajita, rubia y roja que, si me la hubiese cruzado en Londres, directamente hubiese pensado que era una británica más.
   Tan pronto como me vio empezó a correr hacia mi dirección y yo hice lo mismo hacia la suya. Cuando estuvimos lo suficientemente cerca nos fundimos en un abrazo tan fuerte que me hizo pensar que nos partiríamos en pedazos.
   Cuando nos separamos no daba crédito a que ella estuviera allí, delante de mi; era todo tan irreal...
   Esa tarde me enseñó Córdoba, nos hicimos fotos, reímos y hablamos como si nos conociéramos de toda la vida.
   Y es que a veces no hace falta que una persona viva cerca tuyo para que sea importante. A veces solo necesitamos que aparezca alguien que te entienda y que cada vez que caigas, haga lo imposible para que te levantes.
   Porque no importa que esté a 860km o a ninguno. Lo que importa es que esté ahí siempre, donde quiera que estés.

  

No hay comentarios:

Publicar un comentario